Los desafíos entrañan oportunidades, así como las crisis. En este sentido, resulta inquietante apreciar los resultados de la última encuesta del Centro de Estudios Públicos, donde se confirma la tendencia respecto de la creciente desinstitucionalización de la fe en la población. No obstante, los centros educativos católicos son los que gozan de la mayor confianza (36%) en comparación con otras instancias relacionadas con la iglesia católica. A esto se agrega los cambios culturales de la última década y también nuevas normativas, asociadas principalmente a la LGE (2009) y a la reforma educativa del segundo gobierno de Bacehelet (2016). Se trata de factores que interpelan la identidad de los colegios católicos.
Persiste el desafío de atender a una cada vez mayor de diversidad de familias que prefieren esta educación, una realidad que se evalúa paradójicamente entre la valoración de la apertura y las complicaciones que suscita la inclusión. La elección de los colegios católicos no pasa necesariamente por su identidad confesional. Hay otros factores asociados a temas prácticos y a variables como como la seguridad, la enseñanza de valores, la disciplina, el trabajo con las familias y, por supuesto (aunque no dentro de las primeras preferencias) los resultados a nivel académico.
Esta valoración asociada a la formación integral hace que la escuela católica no se diferencie de otros colegios, al menos en lo declarativo, porque todos comparten este horizonte. Entonces, las preguntas que resuenan son: ¿en qué radica lo distintivo? ¿qué significa ser escuela católica en este siglo? ¿qué implica ser una escuela en pastoral? Son preguntas que vuelven la mirada a la pastoral, pero ya no como una experiencia acotada al desarrollo de una agenda litúrgica, catequética y solidaria, sino como un proceso que permea todo el quehacer educativo del colegio.
Para hacernos cargo de estas preguntas, se propone una reflexión, apoyada en tres ideas matrices: el tema de la referencia a Jesucristo, las claves de una escuela en pastoral y una mirada al propio testimonio de los educadores.
LA REFERENCIA EXPLÍCITA A JESUCRISTO
En tiempos controvertidos es clave el ejercicio de volver sobre el relato de la propia identidad. Esto implica saber discernir y resignificar el carácter confesional de la escuela católica. Tanto desde el magisterio como desde la misma experiencia de las comunidades educativas, se deduce que existe una doble comprensión respecto de lo que significa ser escuela católica: una opción confesional y un enfoque educativo.
Lo católico como experiencia confesional y como enfoque educativo
Identificarse más con la variable de la confesionalidad implica dos alternativas de acción: comprenderla como punto de partida, es decir, con la esperanza de que las familias que llegan sean católicas; o como finalidad, es decir, con la expectativa de que los estudiantes adopten este credo en su trayectoria escolar. Si bien son opciones legítimas, llevadas al extremo implican sendos riesgos: dar por supuesta la fe y el proselitismo, respectivamente. Comprender lo católico como enfoque educativo implica conectar esta identidad con categorías propias de la educación. También supone dos alternativas: despejar qué es lo propio que lo católico puede ofrecer a la experiencia educativo y qué elementos se comparten con otros enfoques. También hay riesgos si se extreman estas rutas, como la autorreferencia, en el primer caso y diluirse en medio de otras propuestas perdiendo identidad, en el segundo caso.
Es importante hacer una distinción elemental: el camino de la confesionalidad está, de entrada, disponible para algunos, porque depende tanto de la tradición creyente de la persona como de su apertura a entrar en un camino de conversión religiosa. De este modo, se despliega el sentido de comunidad entre aquellos que se encuentran a partir de un credo compartido. La ruta espiritual que se expresa aquí va desde la identidad al sentido educativo de lo religioso.
El camino de lo católico como enfoque educativo, en tanto, se presenta disponible para todos porque plantea la posibilidad para que las personas puedan conectar primero con los valores cristianos, haciendo que la comunidad escolar se abra al sentido de universalidad. De este modo, las personas que se acercan a la escuela, independientemente de sus creencias, pueden ver en este espacio una oportunidad para crecer en una permanente y fecunda interacción con la diversidad, requisito fundamental para la comunión. Como enseña el papa Francisco, “es el Espíritu Santo quien puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad”. Por eso el camino desplegado es complementario al anterior, porque representa la oportunidad para pasar de la experiencia educativa a la identidad religiosa. Algo muy importante de este camino es que para muchos puede significar una experiencia de primer anuncio en el contexto escolar.
El punto de encuentro de ambas rutas (confesionalidad y enfoque educativo) es la evangelización, experiencia que parte de la premisa de que Dios se revela en la vida de las personas, lo cual nos ayuda a reconocer su doble expresión: explícita e implícita. Parafraseando al Papa Benedicto XVI: una escuela católica sabe cuándo hablar de Dios y cuándo callar respecto de Él. El primer modo conecta mejor con la experiencia de quienes se identifican con la confesionalidad, donde el Evangelio se plantea como respuesta a las inquietudes y búsquedas más sentidas de las personas. El segundo modo, entonces, se despliega mejor en quienes acogen lo católico como enfoque educativo, porque supone profundizar en valores compartidos que embellecen lo humano.
Esta perspectiva ayuda a comprender el lugar clave que debiera ocupar la pastoral como instancia que posibilita la interacción entre los dos caminos, otorgando cohesión a toda la propuesta educativa de la escuela católica. En definitiva, se trata de hacer explícito aquello que transita en la escuela de modo implícito: la gracia disponible de Dios.
¿Dónde y cómo se ubica la referencia a Jesús?
La figura de Jesús está en todo. Implica, al mismo tiempo, un punto de partida, un propósito y un modo concreto de gestión educativa. Esta propuesta recoge el modo como ya muchos colegios católicos se organizan al respecto para avanzar en el propósito de “una escuela en pastoral”, lo cual, básicamente se traduce en situar los valores del Evangelio en tres coordenadas que conforman todo el quehacer de la escuela:
Premisa y fundamento: formar desde los valores del Evangelio, lo cual está consignado en el proyecto educativo de cada escuela católica.
Horizonte formativo: formar para el desarrollo de los valores de Evangelio en la propia vida, lo que representa la gran expectativa de las escuelas como perfil de egreso.
Estilo educativo: formar con los valores de Evangelio, lo cual debe expresarse en las relaciones cotidianas, planes de estudio, criterios decisionales y opciones institucionales.
Volviendo al tema de la identidad, aquí hay un elemento clave y distintivo: todo colegio católico tiene como referente a Jesús, de un modo explícito. Es, al mismo tiempo, una referencia antropológica, pedagógica y religiosa.
Referencia antropológica. Los contenidos educativos deben estar fundados en lo que Jesús enseña. Una compresión cristiana de la persona humana, de la vida y de la sociedad.
Referencia pedagógica. Supone un modo de enseñar coherente con este anuncio de humanidad y disponible para ser el estilo característico de toda la cultura escolar.
Referencia religiosa. Comprender que la fe es siempre una invitación y una posibilidad para reconocer a Jesucristo como Dios y Salvador. Esta experiencia puede confirmar, en unos, un camino recorrido de tradición creyente y en otros, una novedad transformadora y decisiva de la vida.
Tanto la referencia antropológica como la pedagógica pueden constituir una clave importante para comprender y vivenciar el primer anuncio en el contexto de la escuela católica. Se trata de ámbitos que se complementan y no sería recomendable situar la referencia religiosa como único camino o como condición rígida para vivir las demás. Dejemos que Jesús sea conocido como maestro de humanidad y modelo pedagógico.
UNA ESCUELA EN PASTORAL
Para materializar el aporte de la pastoral a este gran propósito, que es la formación integral de los estudiantes, se requiere repensar la estructura de la propia escuela. Aquí la reflexión pasa por preguntarse ¿cuál es lugar que la pastoral debe tener para conectar con el planteamiento curricular, iluminar con la pedagogía de Jesús y favorecer la síntesis de los aprendizajes en los estudiantes?
La pregunta respecto de lo que significa ser una escuela en pastoral ronda hace años y la misma experiencia ha ido confirmando algunos caminos para hacer que la pastoral sea una instancia gravitante en los procesos de educación integral de los colegios católicos. Esto pasa principalmente por dos coordenadas: por revisar las opciones institucionales y por desarrollar una compresión más ampliada de la pastoral educativa.
Opciones institucionales
Dentro de las opciones institucionales hay tres tendencias que se observan en la realidad de muchos colegios. En primer lugar, hacer que la pastoral integre las instancias decisionales del colegio. No hay una fórmula única, pues depende de la realidad y cultura organizacional de cada colegio.
En segundo lugar, desde el Modelo de Escuela Católica, se propone que la escuela se sostenga en dos grandes ámbitos: el área académica y el área formativa. El área académica está más resuelta: gestión curricular, sistema de evaluaciones, coordinación docente, etc. El área formativa, en cambio, es algo relativamente nuevo. La idea es que aquí se coordinen todas las instancias como convivencia, pastoral, plan de ciudadanía, orientación, vínculo con las familias, etc. Algunos colegios han dado este paso, pero en otros aún sucede que cada equipo trabaja por su cuenta. Idealmente se recomienda que esta área formativa sea liderada por pastoral, pero eso también depende de la realidad de cada colegio. Una vez que ambas áreas estén consolidadas, se recomienda realizar algunas acciones articuladas entre lo académico y lo formativo. No se trata de saturar la planificación, sino que de identificar las acciones en las cuales el área formativa (y sobre todo la pastoral) pueda participar tanto en su diseño como en su implementación y evaluación.
En tercer lugar, se recomienda que el plan de pastoral sea incorporado en el Plan de Mejora Educativa (PME). En muchos casos esto representa un punto ciego, pero los colegios que han dado este paso notan el beneficio que significa el que la pastoral sea reconocida como proceso educativo y que pueda disponer de recursos necesarios, toda vez que las acciones aquí declaradas se sustentan en el PEI. Esto implica revisar el lenguaje pastoral desde las competencias educativas.
Compresión ampliada de la pastoral
Como criterio de discernimiento, el papa Francisco sostiene que “la realidad es más importante que la idea”. En este sentido, nuestras ideas preconcebidas de lo pastoral requieren ser revisadas a la luz de la realidad actual. El fenómeno religioso es más complejo. y los cambios que vemos en la sociedad, repercuten en los colegios. Por eso la pastoral no puede quedarse en una mentalidad de preservación de la fe, con propuestas que conectan solo con la sensibilidad creyente de quienes comparten la misma fe o, lo que es peor, que dan por supuesta la fe. La pregunta es ¿de qué modo la propuesta pastoral del colegio puede tener sentido tanto para creyentes, cristianos, católicos, personas que adscriben a otras confesiones y no creyentes?
El relato de la fe se ha diversificado. La sociedad chilena vive procesos secularizadores que ha afectado progresivamente la identificación religiosa. Si bien esto no significa una disminución de la creencia en Dios, el paso que vivimos hacia una cultura secularizada, hace que la religión ya no sea un elemento tan determinante en la toma de decisiones. Las búsquedas espirituales se personalizan cada vez más y el traspaso generacional de la fe se ha debilitado significativamente.
De ahí que es importante diversificar también la propuesta pastoral. Pero más relevante aún es comprender que la pastoral no se diluye por este ejercicio, sino que retoma su identidad primordial, puesto le implica distinguir las relaciones comunitarias de aquellas que deben desarrollarse más con una impronta misionera, replicando arquetípicamente las relaciones que Jesús estableció con sus discípulos y con la muchedumbre. Relaciones igualmente válidas, porque son igualmente transformadoras.
En este empeño, la experiencia también aporta una evidencia interesante respecto del sentido de pertenencia. En general, las personas no eligen al colegio por su PEI. La gran mayoría ni siquiera lo conoce. Para revertir esto el ejemplo de la Fundación SEPEC es interesante, puesto que hace años acompaña a colegios en un proceso de actualización participativa de su PEI, impactando directa y positivamente en el conocimiento, aceptación y fidelización. Un elemento a destacar es que dentro de la diversidad religiosa (y no religiosa), en todos los casos nunca ha surgido el ánimo de modificar la identidad católica del colegio. Lo que se pide, en general, es que el colegio pueda ampliar su compresión de lo católico para sentirse más incluidos.
SER LUZ EN TODAS PARTES
La pregunta por la formación integral en la escuela católica, desde el aporte que hace o puede hacer la pastoral educativa, pasa por la revisión personal de los educadores respecto de su propio proceso de crecimiento espiritual. En este sentido, uno de los desafíos que tienen los educadores, hoy en día, es recuperar la capacidad de ser referentes de las nuevas generaciones. Hay tres claves que se proponen para comprender este rol: sobre el acompañamiento, la coherencia y la mediación de la gracia.
Estilos de acompañamiento (cerca y lejos / interdependencia)
Esta clave implica saber discernir cuándo estar cerca para acompañar, sin agobiar y cuándo tomar distancia para favorecer la autonomía de los estudiantes, sin abandonar. El desarrollo de esta habilidad educativa ayuda a reconocer tres estilos de acompañamiento: dependencia, independencia e interdependencia. Los dos primeros son extremos con sus sendos riesgos. El tercero se perfila como un enfoque deseable para este tiempo.
Dependencia. Es un estilo más propenso hacia el control. Se expresa sobre todo cuando se pretende exacerbar en la cercanía, que no es mala en sí misma, pero es necesario manejar bien la dependencia, especialmente por la búsqueda de autonomía. Los y las estudiantes buscan la cercanía de las personas adultas para no sentirse abandonados, pero cuando esta se extrema, se activan sentimientos de agobio, frente a una suerte de sobreprotección que dificulta el crecimiento.
Independencia. Un estilo más orientado hacia la autonomía que emerge cuando se busca priorizar la distancia. Esta distancia no es mala en sí y también es preciso saber manejar los niveles de independencia para favorecer la autonomía de los y las estudiantes, pero sin llegar al extremo de provocar sensación de abandono.
Interdependencia. Un estilo que busca promover más la corresponsabilidad y el equilibrio entre el control y la autonomía para evitar los riesgos del agobio y el abandono, respectivamente. Implica aprender a manejarse con confianza y saber deliberar cuándo estar cerca para acompañar y cuándo tomar distancia para formar en autonomía, dada las expectativas que los y las estudiantes tienen de ellas.
Pasar de la coherencia a la honestidad
Un segundo elemento a considerar para ser adulto referente se refiere al equilibrio entre coherencia y honestidad. La coherencia, entendida como la alineación entre las palabras y los actos, es esencial para transmitir valores en contextos educativos y familiares. Sin embargo, exigirse una coherencia absoluta puede generar desconfianza, ya que nadie es completamente coherente todo el tiempo. En este sentido, la honestidad, cuando es elocuente, complementa a la coherencia, permitiendo a los adultos reconocer sus errores, gestionar sus emociones y mostrar su vulnerabilidad. Esta apertura no solo humaniza a los adultos, sino que también enseña a los jóvenes que el aprendizaje es un proceso continuo y que fallar es parte de crecer.
La honestidad, en este contexto, se convierte en una forma profunda de coherencia, porque refleja la sana falibilidad de la vida humana, lo que es tremendamente educativo. Por ello, los adultos que son capaces de reconocer sus fragilidades no solo mantienen su integridad, sino que también enseñan a los jóvenes una lección vital sobre la autenticidad y el crecimiento personal. Como señala el Papa Francisco, "la verdad y la coherencia no son perfecciones ya alcanzadas, sino tareas siempre en construcción". Cuando los adultos reconocen que siguen aprendiendo y corrigiendo su camino, transmiten un mensaje educativo más poderoso que la aparente perfección.
Mediadores de la gracia disponible de Dios
Un tercer elemento importante a considerar para ser referente es la capacidad para tomar conciencia de que la gracia es Dios opera eficazmente en cada uno. Dado que es importante que la pastoral dialogue más con todo el quehacer educativo, no es conveniente basar todos sus esfuerzos en la presente o futura identificación religiosa de los estudiantes, puesto que el paso a la fe siempre está determinado por la voluntad y la conciencia de cada persona, sin desestimar el potente recurso mediador del testimonio. Por eso, quienes educan tienen la bella misión de provocar las condiciones pedagógicas para comprender hoy -o en algún momento de la vida-, que la gracia de Dios es una realidad disponible para cada persona, lo cual implica ser facilitadores y no controladores de la gracia.
Retomando la doble comprensión de lo católico (experiencia confesional y como enfoque educativo), esta perspectiva ayuda a comprender el lugar clave que debiera ocupar la pastoral como instancia que posibilita la interacción entre los dos caminos, otorgando cohesión a toda la propuesta educativa de la escuela católica para hacer explícito aquello que transita en la escuela de modo implícito: la gracia disponible de Dios.
Esto tiene que ver con una certeza de fe propia de la cultura escolar católica: todos, educadores y estudiantes, independiente de nuestros procesos de fe, tenemos la posibilidad de ser mediadores de la gracia de Dios en el desarrollo de buenas relaciones humanas. Todos educamos y siempre educamos. Si bien todo colegio busca la formación integral, ninguno puede dar garantía absoluta de ello al momento del egreso de cada persona. Pero sí es posible y verificable generar condiciones pedagógicas y, sobre todo testimoniales. A lo largo de la vida, podemos reconocer que en nuestro paso por la escuela pudimos contar con herramientas para hacernos cargo de nuestro propio crecimiento personal y este tesoro se debe en gran parte al tipo de relaciones humanas que establecimos. “El proceso educativo cristiano se desarrolla en la continua interacción entre la actuación experta de los educadores, la libre cooperación de los alumnos y el auxilio de la gracia”.
La idea de ser luz en todas partes no es tanto un mandato o desafío por resolver, sino que sobre todo es una invitación para reconocer en nuestra propia biografía el modo como Dios se ha hecho presente con su sabia y delicada ternura, a tal punto de no poder controlar el impacto que dejamos en los demás. Es como el ejemplo de la vela encendida en un salón grande y oscuro, una flama que nos permite movernos para no chocar y que, al mismo tiempo, es una luz que se ve a varios metros. En definitiva, se trata de atesorar el propio testimonio como el más importante recurso educativo y evangelizador.