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Dilexit nos: una encíclica que nos invita a redescubrir el amor del Corazón de Cristo en nuestra misión como educadores hoy

Martes 03 de Diciembre, 2024

 
El 24 de octubre de 2024 el Papa Francisco publicó su carta encíclica más reciente Dilexit nos, sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo.

En la Iglesia, las cartas encíclicas se consideran el segundo documento pontificio en importancia, después de las constituciones apostólicas. Esta es la cuarta encíclica del Papa Francisco, después de Lumen fidei, Laudato si ́y Fratelli tutti y en ella profundiza en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y en su relevancia para nuestros días, dando continuidad al Magisterio y a la tradición católica, y a la vez poniendo de relieve su valor en este mundo consumista, fragmentado, dominado por los ritmos de la tecnología, como lo describe en varias ocasiones: “Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allá donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente” (n. 218).

El documento se estructura en cinco capítulos. En el primero, después de describir el sentido simbólico del corazón, propone la necesidad en nuestros días, en que “la sociedad está perdiendo corazón” (n. 22). Describe las consecuencias de devaluar el corazón en la vida, lo que nos distingue y configura nuestra identidad espiritual, poniéndonos en comunión con las demás personas. En ese caso, “perdemos las respuestas que la sola inteligencia no puede dar, perdemos el encuentro con los demás, perdemos la poesía. Y nos perdemos la historia y nuestras historias” (n. 11). El corazón es el que permite los vínculos
auténticos entre las personas, el que unifica y armoniza la historia de cada uno; la sede del amor: “si allí reina el amor una persona alcanza su identidad de modo pleno y luminoso, porque cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor, está hecho en sus fibras más íntimas para amar y ser amado” (n. 21).
En el segundo capítulo, se centra en describir el Corazón de Cristo, del cual brota su amor por nosotros, origen de nuestra fe y alimento de nuestras convicciones cristianas. Detalla, a partir del Evangelio, cómo los gestos, la mirada, las palabras nos manifiestan su amor por nosotros.

En el tercer capítulo, explica cómo la Iglesia ha reflexionado sobre el misterio del Corazón de Jesús, y cómo se ha desarrollado el culto a lo largo de los siglos. Aclara, en primer lugar, cómo la veneración de la imagen del Corazón de Jesús es un símbolo que representa para nosotros el amor humano y divino de Jesús, y el núcleo más íntimo de su persona. Nos habla de Cristo vivo, que ha querido entrar en nuestra historia y compartir nuestro caminar. A través de esta imagen, “hay un triple amor que se contiene y nos deslumbra en la imagen del Corazón del Señor” (n. 65): el amor divino infinito, su ardiente caridad de su voluntad humana, su amor sensible, que actúan de manera unida en su persona. Además, el Papa profundiza en las perspectivas trinitarias de esta devoción (nn. 70-77) y recuerda cómo en los últimos siglos esta espiritualidad ha tomado forma como culto al Corazón de Jesús,

promovida por los Papas desde León XIII, de fines del siglo XIX, hasta Benedicto XVI. Reconoce que esta devoción es algo esencial a la propia vida cristiana e invita a un nuevo desarrollo de la misma, como respuesta a la necesidad actual: “Estas enfermedades tan actuales, de las cuales, cuando nos hemos dejado atrapar, ni siquiera sentimos el deseo de curarnos, me mueven a proponer a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón santo. Allí podemos encontrar el Evangelio entero, allí está sintetizada la verdad que creemos, allí está cuanto adoramos y buscamos en la fe, allí está lo que más necesitamos” (n. 89).

En el cuarto y quinto capítulo, profundiza en el culto del Corazón de Jesús, a partir de las Sagradas Escrituras y su desarrollo en la historia de la espiritualidad cristiana, destacando dos aspectos fundamentales de esta devoción hoy en día: la experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario y misionero. El Papa invita: “Ante el Corazón de Cristo es posible volver a la síntesis encarnada del Evangelio y vivir aquello que propuse poco tiempo atrás recordando a la entrañable santa Teresa del Niño Jesús: «La actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo»” (n. 90).

Francisco rescata el deseo interior de consolar el corazón de Jesús al contemplar la pasión de Cristo, de la que podemos participar en la fe y en nuestra vida concreta, que parte del dolor de lo que sufrió por nosotros y de reconocer nuestra falta de amor al Señor; y valora esas expresiones de la piedad popular, tan llenas de sentido. Destaca cómo este dolor abre paso a la confianza y a la gratitud con el Señor y cómo, a la vez que Él nos consuela, nos abre también a los otros, que necesitan de su consuelo. De esta forma, el Papa pasa a ahondar en la dimensión comunitaria, social y misionera, que desarrolla en el quinto capítulo. Parte de la Sagrada Escritura para recordar que la mejor respuesta al amor del Corazón de Jesús es el amor a los hermanos, y describe cómo este compromiso con los demás está presente en la historia de la espiritualidad cristiana. A partir de esos rasgos, podríamos sacar algunas consecuencias para nosotros como educadores:

1. Ser una fuente para los demás (nn. 173-176) Así, nuestra unión con Cristo no está llamada solamente a saciar nuestra sed, sino que de ese modo podremos ser fuente fresca también para los demás. Como
educadores cristianos, estamos en constante contacto con personas que necesitan saciar su sed de Dios, de sentido de vida, de amor: estudiantes, apoderados, profesores... El primer llamado es a beber de esta fuente que nos recuerda el Papa, contemplar el amor de Cristo por nosotros, para ser consolados, y de esa forma poder ofrecer un consuelo a los demás.

2. Fraternidad y mística (nn. 177-180): cambio de vida fundada en su amor El contacto espiritual con la suavidad y constancia del amor de Cristo, de su amor desinteresado, es capaz de transformar a su vez nuestros afectos, buscando actuar con los demás como Cristo nos ama. Esta es la fuente del amor del educador, que se manifiesta en nuestras miradas, palabras, actos de servicio, de reconocimiento diario; en la escucha paciente, el diálogo constructivo y fomentar el entendimiento
y cuidado mutuos.

3. Reparación (nn. 181-204): construir la civilización del amor “En medio del desastre que ha dejado el mal, el Corazón de Cristo ha querido necesitar nuestra colaboración para reconstruir el bien y la belleza” (n. 182). ¡Qué bella invitación que nos hace el Papa! Puede ser una propuesta llena de sentido y de valor para nuestros jóvenes. En medio de ambientes llenos de egoísmo e indiferencia, de sufrimiento, puede ser un ideal que dé valor al horizonte de sus vidas, comenzando por las realidades más cercanas y abriéndose también a las realidades de otros.

Este espíritu de reparación también es esencial para construir la paz: aprender a reconocerse culpable y pedir perdón. Difícil programa, pero tan fecundo en construir sociedades más fraternas, empezando por el ambiente de nuestras escuelas: con nosotros mismos, dentro de nuestras familias, con nuestros amigos, con nuestros colaboradores, con nuestros vecinos, con nuestros clientes... Y podríamos seguir.
El Papa también nos invita a vivir la reparación al Corazón de Jesús ofreciendo actos de amor fraterno, con los que curemos las heridas de la Iglesia y el mundo, heridas concretas que actualmente siguen sufriendo muchos de nuestros hermanos. Esta caridad, con los sacrificios que nos puede implicar, de tiempo, esfuerzo, creatividad, humildad... tiene un valor inconmensurable pues es también una forma de unirnos al mismo Cristo en su pasión.

4. Enamorar al mundo (nn. 205-216): irradiar el amor del Corazón de Cristo De esta forma, la propuesta cristiana puede ser atractiva para los demás, viviéndola en su integridad: alimentada por el amor de Cristo y en respuesta a su amor, que brota de nuestro mismo corazón y se manifiesta en el amor a los demás. El educador cristiano que vive de esta manera no lo hace de forma solitaria: involucra a su propia
comunidad, y lo pone al servicio de la comunidad, de cada persona con la que entra en contacto: sea alumno, apoderado, auxiliar, docente, administrativo...

El Papa termina esta parte con unas palabras que parecen dirigidas a cada uno de nosotros, educadores cristianos:
“Él te envía a derramar el bien y te impulsa por dentro. Para eso te llama con una vocación de servicio (...). Esto es parte de la amistad con él. Por eso, para que esa amistad perdure, hace falta que te dejes enviar por él a cumplir una misión en este mundo, con confianza, con generosidad, con libertad, sin miedos. (...). Él te impulsa y va contigo. Él lo prometió y lo cumple: «Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
(...) Si te atreves, él te iluminará. Él te acompañará y te fortalecerá, y vivirás una valiosa experiencia que te hará mucho bien. No importa si puedes ver algún resultado, eso déjaselo al Señor que trabaja en lo secreto en los corazones, pero no dejes de vivir la alegría de intentar comunicar el amor de Cristo a los demás” (nn. 215-216).

Lorena Navo
Directora área Identidad y Misión

 



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