Sin importar la plataforma o el formato, es muy probable que una mayoría de estudiantes e incluso adultos se hayan encontrado más de una vez repitiendo el ciclo de visualizar contenido, dar me gusta, enviar y seguir mirando por un tiempo prolongado sin clara conciencia de los estímulos o de la información recibida y compartida. Lo que para algunas personas podría ser un reflejo de la despersonalización digital o un ejemplo del declive comunicacional que impide el diálogo, para otras, es una oportunidad para aportar, difundir soluciones, educar y también evangelizar.
El pasado Pentecostés, el Dicasterio para la Comunicación del Vaticano publicó el documento “Hacia una presencia plena. Reflexión pastoral sobre la interacción en las redes sociales”, en donde nos invitan a pensar críticamente en los modos y sentidos de nuestras acciones - o silencios - en el ambiente digital, bajo la inspiración de la parábola del Buen Samaritano, y en particular sobre los riesgos y trampas de la “autopista digital” que impiden una adecuada conexión entre las personas.
Algunas de las problemáticas señaladas aluden a la mantención de brechas sociales que se replican de manera “online”, especialmente para quienes aún buscan suplir sus necesidades primarias y donde el acceso a la conectividad digital, es aún, un lujo. Quienes sí logran acceder también perciben diferencias, sea en la calidad del servicio, o principalmente, en la capacidad de comprender adecuadamente los flujos de información. Lo anterior nos expone frente a una nueva forma de diferenciación y marginación en la “brecha de las redes sociales”.
Los grupos virtuales suelen ser menos diversos, agrupados bajo intereses individuales y comportamientos fragmentados que, sumados a la “protección” de estar bajo un usuario y considerando la inmediatez de las interacciones virtuales, reducen las opciones de verdadero encuentro y reconocimiento del otro, corriendo el riesgo de transitar de comunidades online a tribus digitales herméticas, cuyas dinámicas inciden en los comportamientos fuera de la red. Actualmente, lo que ocurre online afecta lo offline, ya no estamos frente a terrenos separados, ambas son dimensiones de una sola realidad
Frente a estas situaciones, el documento: “Hacia una presencia plena” nos propone un itinerario de concientización reflexiva que permita discernir, desde nuestras propias realidades, las formas como interactuamos digitalmente.
Un primer acercamiento es transitar de la toma de conciencia hacia el verdadero encuentro, avanzando más allá de la conexión mediante la escucha intencionada, la identificación y el reconocimiento del prójimo en redes sociales. Posteriormente, para ir desde el encuentro a la comunidad, se propone superar la dicotomía presencial-virtual, entendiendo que ambas son dimensiones complementarias de una misma relación. Ello requiere una actitud honesta para comprender que, en la construcción de comunidad a través de “los caminos digitales hacia Jericó”, todos somos en parte buenos samaritanos, heridos e incluso, indiferentes. Recorrido que precisa, además, una actitud dialogante en el desarrollo de vinculaciones que no impongan un ethos cristiano, sino que comuniquen, desde el propio testimonio, un verdadero encuentro. Especialmente cuando somos testigos de divisiones que buscan deshumanizar o socavar el bienestar de las personas.
Todo ello, plantean, debe darse con un estilo característico y distintivo, basado en las actitudes de cercanía, compasión y ternura del buen samaritano (el estilo de Dios), entendiendo que una buena comunicación supone un compartir integral de cada persona, que cada cristiano vive en los distintos espacios y niveles de influencia. Un estilo que promueve la reflexión más que la reacción, la sinodalidad como participación conjunta por sobre acciones individuales, asumiendo la invitación a ser tejedores de comunión.
Presencia plena en educación
Ahora bien ¿cómo podemos llevar esta presencia plena en el mundo educativo? La preocupación por una comunicación real no es nueva, lo observamos en las cartas de los apóstoles o más directamente en educación, con las reflexiones del pedagogo John Dewey sobre la relevancia de la transmisión y la comunicación como mecanismos esenciales en toda acción educativa, comprendiendo que la sociedad se construye y cohesiona mediante y en estos.
La alusión a J. Dewey no es sólo por historicidad de la pregunta por la comunicación en educación, más bien, permite alejar la visión tradicional en tanto proceso de intercambio de información e instalar la experiencia de comunicar como centro del proceso, en el cual diferentes personas logran acuerdos y entendimientos para llevar la vida juntos. Entendimientos que son productos de una colaboración exitosa, no por la similitud, y que, siguiendo la reflexión pastoral, pueden ser denominados encuentros verdaderos.
En sintonía con Dewey y otros autores, Tim Ingold, plantea la conceptualización de “comunar” - común y comunicar -, para referir al hacer y organizar de una participación activa inmersa en el aquí y ahora, que para el ámbito educativo resulta en la concordancia de sentidos desde experiencias compartidas, que son intencionadas - o formuladas en términos de Dewey - con la finalidad de ser comprendidas por la otra persona.
La educación es transformadora, pues justamente en este “comunar” se posibilita la transmisión participativa de conocimientos, valores, creencias y prácticas que afectan al entorno, y este a su vez a las personas, en un ciclo sucesivo de variación para ambos. Ingold plantea que esta relación de correspondencia, en donde las personas se afectan mutuamente, es la que posibilita el aprendizaje y compartir. Si solo se da una transmisión que recepciona la información sin la participación o respuesta activa de los involucrados, la interacción se reduce a un entrenamiento, que replica pero no interioriza.
La importancia de cómo se desarrolla la variación entre personas y entorno es fundamental para comprender el impacto de las redes sociales en la educación - en tanto proceso, más allá de la escuela - y como esta puede modificar la manera en que utilizamos el tiempo online. Siguiendo la línea de la reflexión pastoral, en que online y offline no son ámbitos separados, podemos visualizar que lo compartido en las plataformas digitales por estudiantes puede ser un catalizador para los procesos de aprendizaje, como por ejemplo los recursos colaborativos para gestionar sus quehaceres académicos o celebrar y reconocer los logros de estudiantes en redes sociales.
No podemos negar, sin embargo, que se puede generar un impacto adverso en dicha relación cuando las redes sociales se utilizan para denostar a alguien en el cyberbulling, se difunde contenido malintencionado con noticias falsas o se suplanta la identidad de una persona con cuentas falsas. Estas acciones generan barreras para una auténtica vinculación, distorsionando el modo en que nos correspondemos y lo que efectivamente se quiere compartir.
Desde esa mirada, el desarrollo del pensamiento crítico se torna esencial para una adecuado encuentro al permitir discernir los estímulos recibidos, identificar su origen, contexto y veracidad, reconocer a quienes nos comunicamos y el tipo de actitud en que lo hacemos; pero primordialmente, posibilita comprender que todas las personas pueden aportar desde sus diferencias para que la construcción de comunidad trascienda lo que se tiene en común, potenciando lo que cada quien entrega, y recibe, al ser comunidad.
La importancia del pensamiento crítico radica a su vez en la profundidad que posibilita por ejemplo en el desarrollo de metodologías experienciales - sea aprendizaje basado en proyectos, aprendizaje y servicio u otro - y el grado de vinculación de los estudiantes en su ejecución, hacer propio el proceso e identificar la corresponsabilidad con el prójimo, al tiempo de reconocer las propias limitantes y dejarse ayudar con humildad. Adicionalmente, una actitud reflexiva y sinodal, como se invita desde el Dicasterio para las Comunicaciones, se fundamenta en tanto estudiantes y educadores puedan adecuar la transmisión de sus experiencias acorde a quién desean compartirla.
La pregunta contenida en el título ( ¿dónde nos encontramos?) tiene la doble intención de cuestionar cuál es el nivel de conciencia que tenemos sobre las dinámicas en redes sociales y el impacto que esta tiene en los estudiantes, a la vez de reflexionar en qué espacio se produce justamente el encuentro auténtico y la construcción de comunidad. Se trata de identificar las condiciones del entorno en que compartimos las experiencias para desde allí definir los caminos de acción. Estar atentos hoy para escuchar los requerimientos de los estudiantes, familias y docentes, es el primer signo para lograr espacios de aprendizaje comprometido e involucrarnos en el reconocimiento que da significancia a nuestros entramados de comunión.