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El tiempo de cuaresma es un tiempo que nos invita a vivir espacios de conversión, de ayuno y de penitencia. Tradicionalmente la cuaresma se ha entendido como un tiempo de lamento, pesar, oscuridad, y es justamente al revés, es un tiempo de esperanza para preguntarnos como podemos vivir nuestra libertad, que es uno de los mayores regalos que Dios nos dio al crearnos a su imagen y semejanza, en capacidad de relacionarnos con Él, con los demás y con nosotros mismos.

Podemos reconocer en nosotros, lo que el apostol Pablo dice en la Carta a los Romanos, a veces: “hago el mal que no quiero en vez del bien que si deseo”; pero hago el mal, por eso la libertad puede ser usada para bien y para mal y Dios a lo que me invita en la cuaresma, es a volver a mirarme al interior -por eso la conversión, volver hacia el interior-, para honestamente descubir cómo tengo que cambiar, lo que tengo que cambiar, y eso, no es desde la imposición, temor o castigo, sino desde la profunda convicción de que Dios me ha creado a su imagen y semejanza para en todo amar y servir.

Por eso el ayuno, que no es solamente no comer carne y que objetivamente quizá es lo menos importante, es un ayuno que me permite vivir más libremente.  ¿Soy un ser humano libre para tomar decisiones?, ¿puedo dejar de fumar lo que fumo?, ¿puedo dejar de comer lo que como, hablar mal de otros, u otras cosas que hago y no contribuyen al bien?

Muchas veces decimos si, pero también, mirando sinceramente en nuestro interior podemos reconocer que no siempre somos capaces de hacerlo. Por eso también el ayuno es en clave de pedir mayor libertad para amar y servir. Ese ayuno, esa privación, en nuestra comunidad eclesial en Chile, se llama cajita de cuaresma. Esa es la ofrenda que haremos durante el mes en nuestras comunidades, por eso, no se trata solamente hacer un depósito, sino antetodo, con generosidad, en ese sacrificio que pongo, descubrir la libertad de siempre poder amar más y mejor.

Pbro. Andrés Moro Vargas

Vicario para la Educación