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Una vez más, esta semana, nos invitan a reflexionar entorno a la Iglesia que vamos construyendo y también asumiendo los dolores y debilidades de esta comunidad en Chile, especialmente en Santiago, que quiere ser cada vez más fiel y lúcida en su cuidado y el acompañamiento a niños y jóvenes. A veces pareciera, que cuando hablamos de la Iglesia, hablamos de una Iglesia que está al frente de nuestra vereda, que la vemos desde el otro lado, desde la ventana, o quizá incluso como algo ajeno a nosotros.

Tenemos que recordar que muchos de los que leemos estos boletines somos hombres y mujeres que trabajamos en las comunidades educativas marcadas por el Evangelio y en las cuales nos reconocemos como discípulos y misioneros y creyentes de un Jesús que murió por nosotros y nos invita a vivir anunciando la Buena Nueva de la Resurrección de la verdad y la libertad. Por eso, en este tiempo, tenemos que preguntarnos como podemos aportar a construir esta nueva cultura del entendimiento, de las buenas prácticas, una Iglesia profética que pone a Cristo en el Centro. No basta con solamente pedir la salida de muchos que se han equivocado o incluso han cometido delito, sino ante todo preguntarnos, ¿cuál va a ser mi aporte concreto, evaluable, siempre capaz de ser mejorado y criticado por los demá, para construir una mejor Iglesia?.

Los niños y jóvenes de nuestra patria, de hoy y de mañana lo piden y lo exigen, y aquellos que han sido abusados y han sufrido tantos años persecusión y abuso de todo tipo. La reparación también implica una mejor Iglesia en donde todos y todas participemos y trabajemos.