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Mensaje de Navidad 2009 del Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arzobispo de Santiago

Lunes 28 de Diciembre, 2009
A continuación el texto completo del Mensaje de Navidad 2009 del Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arzobispo de Santiago.

En el conjunto de los relatos del Evangelio, los que se refieren al nacimiento de Jesús y los que narran su Pascua son relatos sumamente dinámicos. En los primeros llaman la atención las intervenciones de Dios, manifestaciones de su gran bondad y sabiduría.

El cielo se pone en movimiento cuando Jesús va a venir a la tierra. Es el mismo Padre, que en situaciones cruciales de la historia se había preguntado “¿A quién enviaré?” (Is 6, 8), quien recibe en la plenitud de los tiempos la disponibilidad plena del Hijo, que le dice: “Aquí estoy; vengo a cumplir tu voluntad” (He 10, 7).

Muy pronto la Sma. Trinidad envió dos veces al arcángel Gabriel a preparar la venida de Jesucristo. Primero visitó a Zacarías, para anunciarle que su esposa Isabel tendría un hijo, a pesar de ser estéril y de avanzada edad. Mucho le importaba a Dios dejar en claro que cuanto sucedería, sería fruto de su intervención poderosa, gratuita y extraordinaria, y no de un simple acontecer humano. Juan Bautista nacería de una mujer que, según la experiencia de todos, ya no podía concebir.

Y seis meses después Gabriel pasó nuevamente por las puertas del cielo; venía a la tierra –esta vez para entrar en la casa de la virgen María en Nazaret, y así en la gran casa de la humanidad- a desearle alegría a ella y a todos nosotros. Venía a anunciarle la concepción de Jesús, después de recabar su aceptación del plan sabio de Dios.

Y al instante se abrieron las puertas ampliamente para dejar pasar al mismo Hijo de Dios, que se llamaría y sería Jesús, es decir, Dios salva. Quería poner su tienda entre nosotros. Para ello quiso ser hijo de María, y ser igual a nosotros en todo, menos en el pecado, llegando a ser -¡cosa inaudita!- nuestro propio hermano.

También María se puso en movimiento. Salió de su casa en Nazaret, y se apresuró a partir a la casa de Zacarías, a ayudar a su prima Isabel, llevándole a Jesús, de apenas pocos días, todavía en su seno.

Al entrar en al casa de Isabel y Zacarías, descendió el Espíritu Santo. Irrumpió como Espíritu de Dios que crea comunión, suscita la fe, y proporciona abundante gozo y gracia que santifica. Él mismo hizo exultar de alegría a María, madre de Jesús, e inspiró su gratitud y su canto, el Magnificat.

 

¿A qué viene tanto revuelo y tanta alegría? ¿Cuál es su significado?

Va a nacer Jesús, anunciado por los profetas como el Emmanuel, es decir, como Dios-con-nosotros. Había sido anunciado como una gran luz para “los que vivían en tierra de sombras” (Is 9, 2). Esperado niño que nos sería dado, para romper el yugo que nos pesaba, para ser acogido como Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, siempre Padre, Príncipe de Paz, capaz de restaurarlo todo en la equidad y la justicia (ver Is 9, 3-6).

Ya entre nosotros sería experimentado como Aquél que pasó por el mundo haciendo el bien, como Camino, Verdad y Vida, como nuestra Esperanza, nuestra Roca y nuestro Canto, como Aquél que rompió el muro de la enemistad, porque es nuestra Paz. Los apóstoles supieron que era el Pan bajado del cielo, que había venido a darnos vida, vida nueva en abundancia. Lo experimentaron como Aquél que tiene palabras de vida eterna, y que nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros, para sellar una alianza viva y definitiva con Dios, nuestro Padre, y entre nosotros: una alianza de reconciliación, de amor y de paz.


Con razón la celebración de la Navidad es una de las fiestas más grandes del año. Jesús Niño es el mejor regalo que podíamos recibir. En la sonrisa del Niño, es Dios quien nos sonríe. Es el Padre de los cielos quien nos llena de regalos en su don maravilloso, en su Hijo, nuestro hermano y liberador, nuestra alegría y nuestra felicidad. Es Dios, que vino a ser nuestro servidor, para que viviéramos como peregrinos con vocación de cielo. No deseamos otros bienes con mayor anhelo que aquellos que Él nos trae: su luz asombrosa, llena de verdad, que nos saca de los tropiezos de la oscuridad, el amor generoso y el perdón gratuito de Dios, la reconciliación, la fraternidad y la solidaridad entre nosotros, la vida colmada de amor, generosidad y paz.


La celebración de la Navidad este año nos invita a reflexionar también desde otra perspectiva. Todavía no concluye el período electoral. Quien elijamos Presidente de la República, ¿colaborará con Dios y con nuestras esperanzas, construyendo con nosotros la sociedad como realización del Reino de Dios, del que vino a instaurar Jesucristo, es decir, como una sociedad construida sobre el fundamento de la verdad, en la cual se respeta siempre la vida y se ponen las condiciones para que todos puedan tener una existencia digna y feliz? ¿Cooperará con nosotros el nuevo Presidente y todos los parlamentarios en la edificación de una sociedad basada en la justicia y el amor, un pueblo colmado de paz, constituido por familias que sean santuarios de la vida y la confianza, donde los hijos tengan el apoyo estable de sus padres; un pueblo donde los más pobres tengan educación y salud de calidad, donde los que ahora viven en la calle, tengan trabajo y esperanza, lejos de la droga, y donde los encarcelados experimenten que son parte de una sociedad que los trata como hermanos? ¿Colaborarán en inspirar a nuestro pueblo, de modo que estén abiertos sus caminos al encuentro con Jesucristo, a la gracia y a la santidad, para que nos sea más fácil seguir las huellas de san Alberto Hurtado y de santa Teresita de los Andes?

En vísperas del Bicentenario del 18 de septiembre de 1810, ¿colaboraremos nosotros en la construcción de una Patria capaz de alabar a Dios, y agradecerle por el nacimiento de Jesús en Belén, una Patria que recoge con mucha esperanza la herencia de Jesucristo? ¿Colaboraremos en hacer de nuestra Patria una mesa para todos, de la cual nadie quede excluido, sobre la cual pongamos las obras de Dios, como asimismo las de nuestras manos y de nuestro espíritu, los valores de la tradición y del presente, y hallemos los alimentos que necesita nuestro cuerpo y nuestra alma, sobre todo el Pan bajado del cielo, que vino a nosotros en la ciudad de Belén, que significa ‘ciudad del pan’?

Con el propósito de ofrecerle a Chile un regalo con ocasión del Bicentenario, a lo largo de todo el país, desde Arica a la Antártica, también desde Rapa Nui, representantes de miles de comunidades de la Iglesia católica, también de comunidades evangélicas, han escrito a mano todos los versículos del Evangelio. Representantes de comunidades judías han escrito los salmos, alabando al Señor. El mismo Papa Benedicto XVI, se sumó a nuestra iniciativa, y escribió el primer versículo del Evangelio según san Marcos: “Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Al libro lo llamamos “Evangelio de Chile” . A él se suma el Libro de los Salmos. Es nuestro regalo al país con ocasión del Bicentenario. No consiste tan sólo en estos textos de las Escrituras escritos sobre el noble papel, sino principalmente en la buena noticia escrita en nuestros corazones, en nuestra vida familiar, en el trabajo y en todas nuestras iniciativas. Queremos abrir más ampliamente el espacio interior de nuestra vida, nuestros proyectos y nuestros amores, para que encuentren un eco en nosotros, todos los días, la generosidad del Padre de los cielos y la solidaridad de su Hijo con la humanidad, la admirable disponibilidad de María en Nazaret, su voluntad de servir a su prima que la necesitaba, la alegría del Magnificat y la visión de la historia que revela, y la adoración del Hijo de Dios de María, José, los pastores y los esforzados sabios de oriente, que se postraron ante el Niño en Belén para adorarlo y entregarle sus regalos.

De corazón les deseo una Navidad muy feliz, que prolongue entre ustedes la paz y las bendiciones de Belén.

† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago

Santiago, 24 diciembre 2009

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