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El 2020 partió como un tren de carga y pasajeros, lento y pesado.  A poco andar, y todavía sin velocidad, tuvo que enfrentar una cuesta tremenda que, aunque en algunos momentos fue más suave, persistió todo el año. Pero el tren no paró nunca, funcionó todo el tiempo, con electricidad a ratos, a diésel otros. En el camino instaló un sistema nuevo de energía natural y también reactivó una caldera antigua a carbón para casos especiales. 

Así ha sido el sistema educativo este año, no ha parado, no puede hacerlo. La máquina tiene que funcionar y llevar a buen recaudo a los pasajeros y las encomiendas, así sea entregando guías impresas, publicándolas en redes sociales, con trabajo en línea, por radio, tv, o yendo a buscar en terreno a quienes no han podido llegar a ninguna clase.

Si alguna vez habíamos soñado con sintetizar el currículum, disminuir la carga académica, priorizar aprendizajes, hacer trabajo colaborativo entre disciplinas; si alguna vez se nos había pasado por la mente gestionar un colegio sobre la marcha, flexibilizando todo y adaptando todo, con clases y contenidos a medida y a distancia, nunca se nos habría ocurrido que fuera posible, que fuera tan pronto y en tan poco tiempo. ¡Y se ha hecho! 

Fuera de todo pronóstico estamos cerrando un año que nos deja grandes aprendizajes para adelante. Aprendizajes que se quedan, especialmente porque el criterio de todo lo aprendido ha pasado por una honesta y compartida búsqueda de humanizar más la educación. 

Y este año, junto con pérdidas de familiares y amigos, con malos ratos, miedos, el invierno más largo, las vacaciones más deseadas, los insomnios, muchas películas y libros, y tantas cosas más, nos deja nuevos saberes. Aquí todos hemos sido de alguna manera maquinistas, pasajeros, jefes de estación, equipos de aseo, cargadores, mecánicos, ingenieros, etc. Hemos aprendido a cambiar roles, a colocarnos en el lugar del otro, a ser más flexibles y a empujar juntos, a trabajar en red y a tener esperanza. 

La necesidad de usar nuevas tecnologías puso en evidencia el analfabetismo digital de los adultos y también de algunos jóvenes, niños y niñas, que este año aprendieron a usar los dispositivos para escribir, leer, hacer presentaciones y desarrollar temas en ellos. Todos aprendimos el verdadero sentido de la palabra comunidad, porque hemos necesitado del otro, no solamente para lograr metas, sino para sentir su compañía y afecto. 

El cuerpo docente, imprescindible e incansable, se volcó a la creatividad y demostró con creces que la educación es cosa del corazón. Los equipos psicosociales se reforzaron, prestaron herramientas a la familia, al cuerpo docente, al equipo de gestión y nos enseñaron a abrazar sin tocarnos, a escuchar sin vernos. Sin los asistentes de la educación los estudiantes sin internet no hubieran tenido guías impresas, ni se hubieran hecho campañas de alimentos, ni ollas comunes en los recintos escolares. Los equipos de gestión han sido también equipos de trabajo social. 

Y hemos aprendido que, en red, las escuelas se ayudan y todas ganan. Redes de colegios han ayudado a colegios sin red; equipos de gestión han compartido en la nube herramientas, manuales y protocolos; han comprado juntos y apoyado mutuamente con competencias profesionales específicas. Hemos aprendido que solos hubiera sido imposible, pero que en equipo todo se multiplica con creces, y en red se abre el horizonte. 

Hemos aprendido que tenemos muchos más recursos personales de los que nunca hubiéramos imaginado, y no los que más se valoraban.  Este ha sido un año ganado, no hemos perdido el viaje. 

Artículo escrito con notas y comentarios de los equipos de gestión de escuelas católicas, escuchados durante el 2020 por el equipo de Vínculo de la VED.

Elisabet Juanola Soria
Directora del Área de Vínculo