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Pensar el proceso constitucional desde la espiritualidad

Miércoles 18 de Noviembre, 2020
Independientemente de las creencias religiosas, hay una clave de la espiritualidad que se expresa en la capacidad para generar diálogos honestos, respetuosos y transformadores, donde no se confundan principios con intereses y donde, desde las distintas realidades, se pueda visualizar un horizonte compartido de dignidad para todos.

Resuena aún el impacto del plebiscito histórico en el cual la ciudadanía se expresó a favor de redactar una nueva Constitución. Se abre así un proceso muy interesante que estará marcado, en primera instancia, por la elección de quienes formarán parte de los 155 integrantes de la Convención Constitucional. Por eso, antes de darle vueltas a los grandes temas a debatir en esta instancia, es necesario detenerse un poco en quienes tendrán esta responsabilidad. Más allá de lograr una necesaria diversidad representada, de por sí valiosa, es importante atender a la pregunta sobre lo que legítimamente la ciudadanía espera de tales representantes.

Si se abre esta pregunta posiblemente emerjan rasgos virtuosos como capacidad de diálogo, preparación intelectual, coherencia con las ideas propias y respeto por las de los demás, disposición de apertura para acoger otras miradas y, especialmente, un alto sentido del bien común. El punto crítico aquí no se refiere tanto a las ideas por debatir o las cuotas de representación-por ahora-, sino que tiene relación con las personas, con su formación humana, ciudadana y espiritual, en su sentido más amplio.

Si, espiritual también, y no se trata de algo desconectado de la realidad, muy por el contrario. Así como el ángel increpó a los galileos luego de las Ascensión de Jesús “¿qué hacen ahí, mirando al cielo?” (Hch. 1, 11), la espiritualidad revela su sentido más genuino cuando aprendemos del mismo Dios a “escuchar los clamores del pueblo” (cf. Ex. 3, 7), a saber mirarnos como prójimos (Lc. 10, 35) y a leer en el Magníficat de María un llamado esperanzador con un profundo trasfondo político (Lc. 1, 46-56).

Independientemente de las creencias religiosas, hay una clave de la espiritualidad que se expresa en la capacidad para generar diálogos honestos, respetuosos y transformadores, donde no se confundan principios con intereses y donde, desde las distintas realidades, se pueda visualizar un horizonte compartido de dignidad para todos.  Por supuesto que las tradiciones religiosas tienen mucho que aportar al bien común y en este sentido la Iglesia Católica ha instado a los fieles a participar responsable y coherentemente de este proceso. “La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales” (Fratelli Tutti, 196).

Es importante que en todos los ciudadanos y sobre todo en las autoridades (y en este caso en los constitucionales), el ejercicio de la ciudadanía vaya acompañado del desarrollo de la dimensión espiritual, la cual siempre nos ayudará a trascender de nuestro ego para situarnos éticamente desde la realidad de todo el pueblo, especialmente de quienes más sufren las consecuencias de sistemas injustos que todos buscamos corregir.

Alberto Vásquez, director del Área de Pastoral Educativa.
Marcelo Neira, director del Área de Incidencia y Estudios.

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