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de RELIGIÓN

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RELIGIÓN

Aprendiendo a leer lo que nos pasa.

27 de Octubre, 2015

En la educación nos suele suceder que vivimos llenos de actividades y planificaciones, pero no nos pasa nada. ¿Y dónde queda el sujeto docente luego de tantas horas de clases? ¿Qué dice de nosotros y de nuestros estudiantes lo que hacemos? Estas interrogantes cuestionaron nuestra última sesión.

El día lunes 26 de octubre se realizó la última reunión con los profesores de religión de Peñalolén en el Colegio Jesús Servidor, sede de estos encuentros con los profesores de la comuna. Luego de dos encuentros anteriores en la que se compartió un diagnóstico y una experiencia de una docente en forma de relato pedagógico, tocaba el turno de analizar el relato escrito por una de las profesoras del grupo.

Su relato era más bien un punteo ordenado de ideas en función del ciclo didáctico para dar cuenta de cómo provocar aprendizajes relacionados con el valor de la solidaridad. El formato del escrito atendía a aspectos muy técnicos que todo profesor debe cuidar para responder a las exigencias profesionales. En su redacción se observaba la prolijidad con la cual fue escrito. Es un buen ejemplo de cómo los profesores responden a los dispositivos que la escuela inventa para justificar su quehacer.

Identificamos coherencias e incoherencias, lo adecuado de lo inadecuado, lo profundo de lo superficial y así podíamos estar capturados toda una tarde tratando de comprender si lo escrito se ajustaba a la eficiencia que nos pide el sistema educativo.

Pero, también nos surgió una segunda lectura. Aquella que se produce una vez que uno cierra la puerta de la clase y queda vacía de estudiantes y solo permanece el profesor(a). ¿Qué nos ha sucedido? ¿Dónde está el alma del docente que acaba de dar todo de sí? ¿Qué experiencia puede registrar luego de 90 intensos minutos en los cuales el docente ha sido sometido a las más variadas exigencias: enseñante, médico, terapeuta, psicólogo, papá y mamá?

Con honestidad reconocimos que en no pocas ocasiones nos vamos rumiendo muchas emociones, algunas de las cuales no podemos leer porque estamos demasiado ocupados. No tenemos tiempo para pensar, para detenerse. Por eso en educación vivimos llenos de acciones, pero no nos pasa nada. Nos vamos quedando vacíos. Cuando llegamos a casa, respondemos cuando nos preguntan cómo nos fue, diciendo: "bien". Quizás debiéramos decirnos, necesito tiempo para responderte qué me ha ocurrido hoy.

Así nos transcurre la vida cotidiana a los profesores. Siempre moviéndonos, corriendo, planificando, corrigiendo, pero pocas veces pensando lo que estamos haciendo. Por eso, veíamos lo necesario que resulta constituirnos en comunidad de aprendizaje, para aprender a escucharnos, aprender a leernos y aprender a vivir.

Nos fuimos pensando, cada uno por su lado, en la experiencia compartida en este nuevo encuentro. La vereda, como tantas veces nos ocurre como peatón fue un entre paréntesis de la vida para pensar un poquito en la osadía de lo conversado, en los mundos que imaginamos y en la suerte de sentirse acompañados.