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Expresar las penas nos permite vincularnos con otros.

12 de Agosto, 2015

En un nuevo encuentro, los profesores de religión de colegios municipales de La Florida, trabajaron un tema de formación humana con el P. Álvaro González

El martes 11 de agosto, en la sede de la Corporación Municipal de La Florida, los profesores de religión tuvieron un nuevo encuentro, esta vez, dedicado a un tema de formación humana. El P. Álvaro González fue el encargado de ayudar a los profesores a reflexionar sobre las penas.

El profesor, como ser humano, es responsable de sujetos en formación y como tal recurre a su propia experiencia. Al revisar su historia se encuentra que las competencias emocionales juegan un papel fundamental para su trabajo profesional. No obstante, se constata que ellas, en muchas ocasiones se ocultan o son negadas.

En este sentido, el P. Álvaro fue relatando, mediante ejemplos concretos de vida, cómo hemos aprendido a vivir, habitualmente, con nuestras penas. La pena forma parte de las emociones básicas del ser humano, que están presentes en todos y todas, ayudándonos a tomar conciencia somos seres creados para la comunión.

Esta emoción, por lo general, se aprende a vivir con ella, pero reprimiéndola, lo cual origina problemas personales que a veces se somatizan. Además, de afectar la calidad de personal, influye en la convivencia. Ahora, existen tantas formas de vivir la pena como seres humanos hay, pero se suele formar a los demás hacia una sola respuesta: por ejemplo, no llorar ante las penas o hay que ser fuertes y no débiles, son mensajes que se transmiten para juzgar el estado de pena de los demás.

La expresión de la pena nos permite vivir la realidad, aunque duela. Es sano y normal aprender a aceptarla y vivir con ella, ya que genera nuevas formas de adaptarse y/o superar situaciones que nos afectan.

Luego, los profesores pudieron intercambiar algunas experiencias, personales o ajenas, así como ideas aprendidas o de otros, para profundizar lo escuchado. Darse tiempo para sentir la pena, así como escuchar y consolar al que tiene pena son acciones muy sencillas, pero que evitamos por vergüenza y otros motivos.

El aprendizaje que nos deja la pena es que no se puede vivir ignorándolas y que la actitud de consolar al que la siente genera es de una profunda experiencia religiosa. En el antiguo testamento, se lee que Dios le pide al profeta consolar al pueblo, por ejemplo. Aprovechar esta experiencia de vida nos constituye en verdaderos cristianos que aprenden a vincularse sanamente unos con otros.



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